Materia y movimiento. Siempre me ha obsesionado un poco este tema, esta idea de lo que somos o lo que podemos ser en esto que llamamos mundo, en esto que los romanos tan bellamente llamaban orbis terrarum - el círculo de la tierra -.
Como Inger Christensen,
“hablo del mundo y quiero decir la Naturaleza como tal de
cabo a rabo la naturaleza cultural
hablo del mundo y quiero decir el mío privado y
efímera parte desconocida de la enorme masa”.
Federico Engel apunta en La dialéctica de la Naturaleza que se debe comprender la naturaleza tal y como es, sin ningún aditamento. Que el mundo que nos rodea no es otra cosa que la materia en movimiento en sus distintas formas y manifestaciones. Que tiene categorías, entre las cuales están la de la esencia y la del fenómeno. La esencia es el conjunto de propiedades que determinan lo que un objeto es y lo que no es; el fenómeno es la manifestación de las propiedades externas (lo que se nos presenta a la vista).
Somos, entonces, materia. Materia que se desenvuelve, se distorsiona, hasta hallar el núcleo de ella misma. Núcleo oscuro, solo, mas no siendo sólo. Núcleo que en ciclos se aprisiona y se niega, que se da la espalda. Materia que emerge y observa. Materia que se renueva en cada pico de energía. Energía que absorbe y mueve. Materia en movimiento. Lo que continúa y en algo deviene, algo nuevo y diferente, denso y cristalino. Denso y oscuro.
Todo está inexorablemente en perpetuo movimiento, todo es pulsación: desde nuestra sangre, torrente desbordado, hasta la palabra, nunca estática, siempre fluctuante, de boca en boca, de ojo en ojo.
Aunque yo vaya sentada en el tren, no hay quietud. Afuera, el mundo gira y todos los elementos lo hacen con él: la corteza del árbol, el viento que suavemente lo estremece, el agua joven que juega con sus ramas y raíces, la tierra que lo nutre. Sólo lo que definitivamente muere cesa de moverse, sólo lo que no vive abandona el círculo, la sustancia. Eso que llamamos la esencia, lo que es, ha sido y será.
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Hace más de una década que estoy en constante movimiento, en trashumancia, reconociendo el horizonte como algo tangible para poder asentarme y nombrar. Nombrar para que algo pueda existir. Porque nombrar es revelar: digo mar y allí está la sal, sus gestos y sobresaltos en épocas de lluvia, el lameteo de sus olas a los pies de la cordillera, las mareas y el oleaje de bajamar; digo tierra y es su rudeza entre mis dedos, la mancha húmeda en las rodilleras de mi hijo. Digo hijo y es la esencia de todas mis cosas, fenómeno de altas revoluciones. Digo hijo y veo el vuelo estático de los pájaros por la ventana de mi asiento. Lejanía en la grisácea inmensidad.
Encontrar un lugar, pero, ¿qué es un lugar? ¿Qué somos en él, sin él?
Irse. Volver.
Asentarse y suceder. Ser nómada y suceder.
Suceder en el movimiento, en la escritura. Y caminar. Crear un inventario de nuestras huellas, como dice Valeria Mata en Todo lo que se mueve. Recorrer los pasos de nuestros ancestros, nuestra moléculas primigenias. Escribir y reescribir en el destello, en la esencia y en el fenómeno, y que todo se haga posible.
Y, por último, deseo llevar una especie de libro
de pequeñas notas que se publique algún día.
Eso es todo. Nada de novelas, nada de historias
con problemas, nada que no sea simple, abierto.
Diario, Katherine Mansfield